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Hay etapas en las que simplemente no te reconoces.
Ya no eres el de antes,
pero tampoco eres el que sigue.
Estás en un punto intermedio.
Un lugar extraño, a veces incómodo…
Carl Jung decía que “nacemos muchas veces a lo largo de una sola vida.”
Y en cada renacimiento hay un espacio entre la muerte y el nacimiento.
Ese espacio es la transición.
La identidad que nos asignaron y que ya no nos queda.
Antes de descubrir quién eres,
el mundo ya decidió algo por ti.
“Es el fiestero.”
“Es el que siempre dice que sí.”
“Es el que siempre toma.”
“Es el que nunca se enoja.”
Y si te sales de ahí… incomodas.
Rompes el guión.
Pierdes aplausos.
Y descubres que esa identidad que otros eligieron
se te quedó chica hace años.
El doctor Gabor Maté explica que muchas veces
la identidad que presentamos al mundo
no es autenticidad,
es adaptación.
Y llega un día en el que esa adaptación empieza a doler.
Ahí comienza el desprendimiento.
Ahí empieza la transición.
Cuando ya no encajas en lo viejo… pero aún no sabes cómo encarnar lo nuevo.
La psicología le llama moratorium:
un estado en el que la identidad se afloja,
pero la nueva no está formada.
No eres el de antes.
Tampoco eres “el de después”.
Y ese vacío interno se siente como caos,
cuando en realidad es creación.
La neurociencia lo explica a través de la neuroplasticidad:
cuando estás cambiando, tu cerebro literalmente desmonta conexiones viejas
para crear otras nuevas.
Durante ese proceso, te sientes inestable, confundido, en el aire.
No porque algo esté mal,
sino porque algo nuevo se está levantando dentro de ti.
Patanjali lo llamó parinama:
el estado de transformación,
la alquimia interna que ocurre entre lo que sueltas
y lo que aún no nace.
La espiral: volver a ti desde otro nivel.
No somos líneas rectas.
Somos espirales.
Vuelves a temas que pensabas haber superado—
pero ahora los ves desde otra altura.
Vuelves a tus sombras,
pero con otra luz.
Vuelves a tus resistencias,
pero con más conciencia.
La espiral no repite:
revela.
La psicóloga Tara Brach dice que cada ciclo es una invitación a “volver al corazón con menos miedo.”
Y sí: cada vuelta te acomoda distinto.
Lo que antes te dominaba, ahora te muestra algo.
Lo que antes te hería, ahora te informa.
Lo que antes te definía, ahora se afloja.
No estás regresando al mismo lugar:
estás regresando siendo otro.
El duelo silencioso de dejar atrás versiones tuyas que te acompañaron.
Crecer también es llorar partes de ti que te salvaron.
El que tomaba demasiado quizá sobrevivió muchas noches difíciles.
El fiestero quizá solo quería pertenecer.
El que siempre decía “sí” quizá tenía miedo de perder amor.
Soltar identidades duele
porque no estás dejando una máscara:
estás dejando estrategias de supervivencia.
Ram Dass escribió:
“Cuando entiendes quién eras, puedes dejar de serlo.”
Eso es transición.
Cuando tu crecimiento incomoda a los demás.
A veces el mundo no sabe qué hacer con tu cambio.
Te insiste en recuperar tu versión anterior.
Te quiere de vuelta en cajitas donde ya no cabes.
Te recuerda lo que eras,
para que no te conviertas en lo que puedes ser.
Pero la filosofía yogui habla del valor de viveka:
discernimiento.
La capacidad de reconocer qué versión de ti se quedó pequeña
y cuál está pidiendo espacio para nacer.
Tu crecimiento no es una falta hacia nadie.
Es una fidelidad hacia ti.
El sistema nervioso también cambia de identidad.
Tu identidad no solo vive en tu mente.
Vive en tu cuerpo.
Cuando dejas una identidad vieja,
tu sistema nervioso deja de anticipar los mismos patrones.
Por eso te sientes vulnerable.
Inestable.
Expuesto.
No es debilidad.
Es reorganización.
Stephen Porges, creador de la teoría polivagal, dice:
“Cuando cambias la forma en la que te relacionas contigo mismo, tu sistema nervioso aprende un nuevo camino hacia la seguridad.”
Y eso toma tiempo.
La transición es reaprendizaje.
El miedo como señal de que algo se está moviendo.
Joe Dispenza dice:
“El lugar donde sientes resistencia es el lugar exacto donde estás dejando de ser tú… para empezar a ser tú.”
La resistencia no es un obstáculo:
es el umbral.
Por eso la transición incomoda tanto:
no sabes quién vas a ser del otro lado.
Pero sabes que ya no puedes volver atrás.
Hay preguntas que empiezan a reescribir tu identidad…
¿Quién soy sin mis etiquetas?
¿Quién soy sin mis defensas?
¿Quién soy cuando dejo de hacer lo que siempre he hecho?
¿Quién soy cuando ya no me sostienen mis viejos hábitos?
¿Quién soy si dejo de ser la versión que hacía sentir cómodos a otros?
Y la más transformadora:
¿Quién soy ahora?
Las preguntas no buscan una respuesta inmediata.
Buscan abrir espacio para que la respuesta llegue después.
La identidad nueva que se está formando, aunque no la veas.
Lo que hoy se siente confuso,
un día se va a sentir coherente.
Lo que hoy te parece un cierre,
mañana será un inicio.
Lo que hoy sientes como caos,
mañana será estructura.
Lo que hoy se siente vacío,
mañana será espacio para algo verdadero.
La identidad no aparece cuando decides quién eres,
sino cuando empiezas a actuar como alguien que ya está despertando.
Poco a poco.
En espiral.
Sin prisa.
Si estás en este lugar donde ya no eres quien fuiste
pero aún no sabes quién serás,
no te juzgues.
Estás en la parte más importante del viaje.
Donde las capas viejas se desprenden
y las nuevas aún no terminan de agarrar forma.
Donde la incertidumbre es señal, no problema.
Donde el silencio interno es preparación, no vacío.
Donde no encajar es síntoma de evolución, no de fracaso.
Estás en transición.
En espiral.
En proceso de volver a ti desde otro nivel.
¿Qué versión de ti está empezando a nacer en este momento?