Domina tu respiración, y dominarás tu mente

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Iyengar y Pattabhi Jois lo enseñaban mucho antes 
de que la ciencia tuviera palabras para explicarlo.

Y sin embargo, casi nadie nos enseña a respirar.

A veces creemos que estamos respirando…
hasta que un día, por fin, respiramos de verdad.

Y te cae el veinte:
llevabas años en una especie de apnea.
Sosteniendo aire.
Sosteniendo pendientes.
Sosteniendo silencios.

Respirando rápido y cortito,
como si el cuerpo estuviera un poco en alerta.

En Monterrey, eso hasta parece normal.

Aquí todo va rápido:
el tráfico, los pendientes, las ideas, la vida.
Si no corres, te quedas atrás.
Y sin darte cuenta,
tu respiración también empieza a correr contigo.

A veces me descubro respirando como si estuviera apurada…
incluso cuando estoy quieta.
Como si mi cuerpo no hubiera recibido la señal
de que puede descansar.

Pero lo que casi nadie nos dice es cómo se debe respirar.
Qué significa realmente “respirar bien”.

Respirar bien no es “meter aire” ni inflar el pecho.

Respirar bien significa:

Respirar por la nariz
para que el aire llegue filtrado, cálido y rico en óxido nítrico
(una molécula que abre los pulmones y calma el sistema nervioso).

Respirar lento,
para decirle al cerebro: “no estamos en peligro”.

Respirar profundo,
pero no en el pecho —ahí vive la urgencia—,
sino en el diafragma, debajo de los pulmones.

Respirar con ritmo,
inhalar, exhalar… sin brusquedad, sin sostener, sin pelearte con el aire.

Respirar con presencia,
sintiéndote desde adentro, sin dejar que la mente se adelante
mientras el cuerpo se queda atrás.

En yoga además, la respiración es la que dirige el movimiento.

No te mueves y luego respiras.
Respiras… y luego te mueves.

La inhalación abre espacio.
La exhalación lo libera.

La respiración es el motor.
El movimiento es la respuesta.

Cuando no estás respirando,
la postura deja de ser postura
y se convierte simplemente en una figura.

El yoga empieza cuando la respiración se vuelve consciente.

Porque es la respiración —no la fuerza, no la flexibilidad—
la que construye la postura desde adentro.
La que regula el sistema nervioso mientras te mueves.
La que transforma la experiencia de la práctica
de esfuerzo a presencia,
de tensión a calma,
de ego a esencia.

Puedes hacer la postura más avanzada,
pero si estás conteniendo el aire,
tu sistema está en modo amenaza.

El yoga no es una colección de posturas.
Es una forma de entrenar tu mente
desde algo tan básico como inhalar y exhalar.

Por eso los yoguis dicen:

“Donde va la respiración, va la mente.
Donde va la mente, va tu vida.”

En yoga existe un capítulo entero dedicado a la respiración.
A eso se le llama pranayama:
Es el estudio y la práctica de la respiración consciente, 
usada como herramienta para:
regular tu energía vital (prana),
estabilizar tu mente,
equilibrar tu sistema nervioso,
refinar tu capacidad de atención y presencia.

En los textos clásicos, 
—como Hatha Yoga Pradipika y Light on Pranayama— 
se describe como la puerta entre el cuerpo y la mente, 
el puente donde ocurre la verdadera transformación.

No se trata solo de “cómo respiras”, 
sino de qué cambia dentro de ti cuando respiras así.

Es la base de todos los estilos de yoga, 
aunque cada tradición use técnicas distintas para objetivos distintos:
- calmar (respiración diafragmática, exhalaciones largas)
- enfocar (ujjayi)
- purificar (kapalabhati)
- equilibrar hemisferios cerebrales (nadi shodhana)
- elevar energía (bhastrika)
Todas estas prácticas entran bajo ese mismo nombre: pranayama.
Y aunque existen muchas técnicas,
en las prácticas dinámicas: 
—Vinyasa, Rocket, Ashtanga, Power Yoga—
hay una respiración que te ancla, te calienta y te enfoca: Ujjayi.

Imagina que quieres empañar un espejo diciendo “haaaa”,
ahora hazlo con la boca cerrada.

Ese mismo sonido, es ujjayi.

En la parte de atrás de tu garganta 
hay una “puertita” llamada glotis,
esa la quieres semi cerrar suavemente, 
como si controlaras la salida del aire
y eso es lo que crea el sonido, como un oleaje.

Ese control hace que el aire pase más lento y se escuche así. 

Ese sonido te ayuda a:
mantener un ritmo,
calentar el cuerpo desde adentro,
enfocarte, no entrar en pánico cuando la postura es retadora,
regular tu sistema nervioso.

Sin ese sonido suave, tu práctica es ejercicio.
Con él, tu práctica es meditación en movimiento.

Y lo más bonito es que ujjayi no se queda en el tapete.
La forma en la que respiras cuando estás en una postura difícil,
es la misma forma en la que empiezas a respirar
cuando la vida se vuelve pesada afuera.

Porque la respiración no solo cambia tu práctica…
cambia tu vida diaria.

Fuera del tapete, esa respiración te acompaña cuando:

Vas manejando y sientes que el estrés sube,
— ujjayi baja la velocidad interna.

Estás a punto de llorar en un día pesado,
— una exhalación larga le dice a tu cuerpo: 
“no estás en peligro”.

Te despiertas con ansiedad sin razón aparente,
— respirar desde el diafragma calienta 
el cuerpo por dentro y regula el corazón.

Tu mente está pensando mil cosas a la vez,
— el sonido de ujjayi te ancla, como si alguien te dijera:
“una cosa a la vez”

Te sientes desconectado de ti mismo,
— volver al ritmo de tu respiración 
te regresa a habitar tu cuerpo.

Tu día está tan acelerado que ni cuenta te diste
que no habías respirado profundo,
— con dos o tres respiraciones conscientes, 
tu sistema se puede regularizar. 

La respiración es ese recordatorio que cabe en cualquier lugar:
en el coche, en el súper, en una conversación difícil,
en el momento antes de contestar algo que no quieres decir,
en la pausa que te salva antes de reaccionar.

Por eso ujjayi (y cualquier respiración consciente)
no es solo una técnica:
es una forma de volver a ti
una y otra vez,
donde sea, cuando sea.

Mi vida cambió el día que entendí que el cuerpo se calma
mucho antes que la mente.
Que si guías tu respiración,
tu mente te sigue.

Y que la forma en la que respiras en el tapete
entrena la forma en la que vives afuera.

Porque cada inhalación es una especie de ensayo:
un recordatorio de cómo quieres existir fuera del tapete.

Y cada exhalación es una oportunidad de soltar algo
que ya no necesitas cargar.

La respiración te entrena a vivir con más pausa,
con más claridad, con más honestidad.

Y cuando aprendes a respirar así en tu práctica,
empiezas a respirar así en tu vida.

A veces, lo notas en los detalles:
la forma en la que atraviesas un día difícil,
la paciencia que no solías tener,
el nudo en el pecho que ya no te domina,
el pensamiento que ya no te arrastra.

Tu respiración hace eso.
Te acompaña.
Te sostiene.
Te devuelve el centro.

Cuando me di cuenta de esto, 
algo cambió por completo también en mi práctica:

Las posturas que más miedo me dan
no se resuelven con fuerza.
Se resuelven con respiración.

Porque respiración tras respiración,
mi cuerpo aprendió algo que mi mente no sabía todavía:
que puedo sostenerme sin irme,
que puedo abrirme sin romperme,
que puedo estar presente incluso cuando tiemblo.

La respiración se volvió el puente
entre lo que me pasaba por dentro
y la forma en la que respondía afuera.

Y entonces empecé a entender algo más profundo:

La respiración no cambia la postura.
Cambia a la persona dentro de la postura.

Cambia la forma en la que atraviesas incomodidad.
Cambia la forma en la que habitas tu cuerpo.
Cambia la forma en la que respondes a la vida.

La respiración te vuelve más suave donde eras rígido,
más presente donde te ausentaste,
más honesto donde te protegías,
más consciente donde vivías en automático.

Y quizá eso es lo más hermoso:

Que la herramienta más poderosa que tienes
no depende de tu flexibilidad,
ni de tu fuerza,
ni de qué tan “bien” haces las posturas.

Depende de algo que siempre ha estado contigo.

Tu respiración.

El primer hogar.
La primera pausa.
La primera medicina.
El primer “vuelve a ti”.

Porque cada vez que respiras consciente,
despiertas un poquito más.
Regresas un poquito más.
Te encuentras un poquito más.

Y entonces, el yoga deja de ser algo que haces
y se convierte en algo que eres.

Respira.
Vuelve.
Habítate.

Aquí nos encontramos,
una respiración a la vez.
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