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A veces creemos que lo que nos pesa
vive solo en nuestra cabeza.
Pero el cuerpo siempre va un paso adelante.
Registra primero, procesa primero, habla primero.
En neurociencia, esto se llama interocepción:
la capacidad del cuerpo de percibir
lo que la mente aún no admite.
Por eso, cuando no soltamos emociones,
no desaparecen:
se reorganizan en el cuerpo.
Tensión en el cuello.
Nudos en la espalda.
Presión en el pecho.
Ansiedad en el estómago.
Hombros siempre elevados.
Todo eso es memoria corporal.
La fascia —el tejido conectivo que envuelve todo—
funciona como una grabadora emocional.
Estudios de la Harvard Medical School
y del Journal of Bodywork & Movement Therapies muestran que:
el estrés crónico cambia la densidad de la fascia,
la tensión acumulada guarda carga emocional,
al liberar físicamente la fascia, también se libera la emoción asociada.
La emoción no desaparece.
Se queda en el cuerpo como tensión muscular,
como patrón de respiración,
como contracción involuntaria.
Y ahí es donde el yoga entra como herramienta somática.
¿Por qué lloramos en ciertas posturas?
En yoga, hay posturas que abren zonas “emocionalmente sensibles”:
arcos / backbends → abren el pecho y el diafragma
aperturas de cadera → liberan tensión del psoas (músculo asociado al miedo)
torsiones → estimulan órganos vinculados al estrés
posturas restaurativas → desactivan el sistema simpático (fight or flight)
Cuando estas zonas se liberan, el sistema nervioso reconoce un espacio seguro.
Ahí es donde se activa lo que la neurociencia llama:
respuesta parasimpática de descarga
downshifting del sistema simpático
liberación emocional somática
Es neurofisiología.
Estudios de la Universidad de California muestran que,
cuando el cuerpo entra en parasimpático profundo,
las lágrimas pueden surgir como un mecanismo de regulación.
Lo entendí hasta que lo viví.
Mi propio cuerpo me mostró
dónde había guardado cosas
que yo no supe procesar.
En mi cumpleaños,
cargaba encima una tensión emocional enorme.
Un susto profundo,
de esos que te rompen desde adentro
y te dejan funcionando en automático.
Estaba preocupada, agotada, asustada…
pero todavía no lo había procesado.
Entré a practicar
porque sentía que, si no lo hacía,
me iba a caer en pedazos.
Y cuando llegué a los arcos…
mi cuerpo abrió una puerta.
Algo dentro se rompió,
pero no como colapso,
sino como liberación.
Lloré sin detenerme.
Lloré mientras respiraba.
Lloré mientras sostenía la postura.
Mientras mi cuerpo hacía el trabajo
que mi mente no podía hacer sola.
Los arcos estiran el diafragma,
relajan el psoas,
activan mecanorreceptores que “le dicen” al cerebro:
es seguro soltar.
Lo que yo estaba viviendo
era el sistema nervioso reorganizando trauma,
descargando cortisol,
liberando tensión que llevaba meses sosteniendo.
Era mi cuerpo diciendo:
“Ya no puedo cargar esto solo.”
Desde ese día lo reconozco:
no era debilidad.
Era regulación.
He llorado más veces desde entonces.
Y no me asusta.
Me aligera.
Mi cuerpo por fin tiene un canal
para sacar lo que pesa.
La ciencia lo explica así:
Cada respiración profunda estimula el nervio vago.
→ baja el cortisol, regula el estrés, estabiliza el corazón.
Cada estiramiento sostenido activa mecanorreceptores de la fascia
→ liberan tensión asociada a la memoria emocional.
Cada postura que desafía tu patrón habitual
(como arcos o aperturas de caderas)
→ libera microcontracciones donde la emoción quedó estancada.
Cada vez que te presentas a practicar
→ fortaleces el sistema prefrontal, la parte del cerebro que regula emoción, voluntad y enfoque.
Por eso el yoga no solo flexibiliza el cuerpo.
Flexibiliza la mente.
La vuelve más suave.
Más receptiva.
Más honesta.
Más tuya.
Lo veo en mí todos los días.
Cuando estoy tensa,
no es la postura:
es lo que estoy cargando.
Cuando mi pecho está cerrado,
no es falta de flexibilidad:
es protección.
Cuando mi respiración se corta,
sé que algo interno pide permiso para salir.
Y con constancia, no intensidad,
el cuerpo empieza a liberar
lo que llevaba sosteniendo por años.
Porque el cuerpo libera
cuando dejas de resistir.
Mientras más constante soy, menos carga acumulo.
Mi vida no se volvió “fácil”.
Pero mi cuerpo sí aprendió a soltar.
A no guardarse todo.
A no saturarse.
Eso cambió mi salud mental.
Mi energía.
Mi forma de reaccionar.
Mi manera de sostenerme.
Aprendí a escuchar antes de que duela.
A soltar antes de explotar.
A hacer espacio antes de saturarme.
Quizá tú también lo estás sintiendo.
Una presión que no entiendes.
Un cansancio que no se quita durmiendo.
Una tensión que arrastra años.
Una emoción que nunca procesaste.
No estás roto.
No estás exagerando.
Tu cuerpo está hablando.
Lo que no sueltas,
tu cuerpo lo sostiene.
Y tú no tienes que sostenerlo solo.
El yoga te enseña —físicamente—
a liberar, reorganizar y descargar lo que pesa.
A mover lo que está estancado.
A soltar lo que ya está listo para irse.
A volver a tu cuerpo sin miedo.
Si notas esa carga interna,
esa tensión que no se va,
esa emoción que tu cuerpo sigue sosteniendo…
No tienes que hacerlo solo.
Tu sistema nervioso puede reprogramarse.
Tu cuerpo puede aprender a soltar.
Tu mente puede volver a sentirse tu aliada.
En Niyat practicamos eso:
regular, liberar, reorganizar,
y volver al cuerpo sin miedo.
Cuando estés listo,
hay un espacio para ti aquí.
Respira.
Suéltalo.
Vuelve a tu cuerpo.
Vuelve a ti.